Sun in the UK, en resumen...

Wordle: Sun in UK

Friday, March 28, 2008

Paris...una carrera contra el tiempo

Lunes. Cuatro y media de la mañana y el despertador suena. Aunque no la vean a Sole levantándose a esa hora, amigos, esa es la triste o linda realidad: el amor y Paris todo lo pueden. A las cinco nos pasaba a buscar el remis para ir a la estación de tren así que otra no quedaba. Del remis al tren, del tren al subte, del subte al avión, del avión al subte. Esta fue la seguidilla para llegar a la una del medio día a la ciudad de la luz. Pero ahí no terminaría la cuestión: Notre Dame, la avenida Champs Elysees (al mejor estilo Libertador) y el Arco del Triunfo. Hasta pasadas las once no habría espacio para el sueño.


Martes. Para no ser menos, el martes tendría que ser otro día sin respiro. El gran problema eran las piernas: los gemelos ya no querían tu tía y ¡era el segundo día! Así que con ansias de conocer y resignación hacia el dolor arrancamos nomás. Con tanta mala suerte que el martes no era día de museos: todos cerrados. Pero para saberlo tomamos subtes y caminamos como locos sin poder entrar a ninguno de los tres que fuimos. Lo bueno –decíamos para no deprimirnos- es que conocimos distintas partes de la ciudad. Y bue, por un lado era cierto, pero los calambres nos recordaban que el caminar por el caminar mismo no era el mejor programa para nuestras piernas. Por suerte el Museos de Orsay fue la excepción: abierto y con cuatro niveles de romanticismo para gozar (e ir sentándose de a ratos). Después de tres horas, como no queríamos perder la carrera contra el tiempo, ya sin piernas, nos dirigimos a Montmartre. Cinco o seis callecitas fueron las únicas que caminamos, pues nos dedicamos a disfrutar del teleférico, yo de la misa en francés, y después los dos de una cena en un barcito franchute en el que tratamos de elongar para la vuelta. Una buen estiramiento con la técnica culo en la silla y el pensar que gente como van Gogh, Picasso, Dali y Monet trabajaron por ahí, nos ayudó a dejar el último respiro corporal en la puerta de la Opera de Paris. Ahora sí: a la vuelta ninguno podía subir las escaleras del hotel para ir a la habitación.


Miércoles. El día del arte, o sea el Louvre. Esta si fue una verdadera carrera a ver cuánto alcanzábamos a disfrutar sin perder las piernas y el interés en el intento: de diez de la mañana a nueve de la noche hicimos lo mejor que pudimos. Y fue poco. Solo pinturas y la pequeña sala destinada a Oceanía, África y América. Pero a pesar de bajar las escaleras como si tuviera ochenta recién cumplidos, el Louvre no sería todo en nuestra última noche: faltaba la torre. Ayudándonos de los pasamanos del subte y uno sobre el hombro del otro avanzamos decididos a subir a la Torre Eiffel. Desde luego no por escaleras sino en teleférico. Subimos, sacamos fotos, disfrutamos de las lucecitas que se prenden y apagan después de las diez de la noche y contemplamos el Siena. Y volvimos como pudimos. Otro seria el día para la salud de nuestras piernas.


Jueves. Ultimo día. Trocádero, breve “corrida” (por supuesto no literalmente) al Museo de la Moda para comprar algo para la madre de Augustin –diseñadora chipriota- y fotos al borde del Siena de día, con la torre de fondo y el pequeño parque que el Trocádero tiene cerca. Esa sería la despedida de Paris. Aunque nuestra carrera contra el tiempo no terminaría ahí. Del subte al avión, del avión al subte, del subte al tren, del tren al colectivo. Y el hogar, la cama y las pantuflas serían el mejor recibimiento. Ahora –por supuesto desde la cama- les cuento que los gemelos andan mejor y que la corrida valió la pena. Pronto verán las fotos en flickr.

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